miércoles, 31 de agosto de 2016

QUE NUNCA ME LO DIGAN
Que nunca me lo digan los grillos de tu boca
ni la espesura fértil de tu mirada
que jamás lo mencione la nieve de tu pecho
ni algún eco tardío de la lluvia.
Que no lo diga el viento
con su alarde.
Ni el pincel de tu mano
en el papel borroso de la tarde que muere.
Que no me lo confiesen tus sueños desvelados
ni el burdo escalofrío
ni tu trenza descalza.
Tampoco la inocencia fatal de una palabra
o la mueca incipiente de un clavel desbordado
que no lo gima el mustio jinete de la noche
ni la leyenda antigua del río interminable.
Ni siquiera un suspiro
ni un dolor entreabierto.
Ni el llanto de una flor en la penumbra
o el útero encendido de una isla desierta.
Que no nazca, no exista, que agonice
sobre la tiesa palidez de la luna.
Que yo nunca me entere.
Que nunca lo sospeche.
Que no perciba huellas en tu arena
ni el sutil aleteo de una duda lejana
me perturbe la siesta.
Que no brote en el huerto
de la hostil nervadura de una mano que atisba,
que las raíces no sorban
de su savia luctuosa.
Que nunca quede inerme en la falda de un libro
ni tras la empuñadura de una llave secreta.
Menos, en la ominosa brisa de los escándalos.
Que yazga en mis zapatos
pisado y pisoteado.
Que su jabón de hieles
no lastime mis ojos.
Que el abismo lo rapte
que se desangre, lento.
Que mis versos se mueran
antes de mencionarlo.
Que sea la mentira mejor incinerada
en el fragor letal de los olvidos.
©Olga Liliana Reinoso